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lunes, 16 de enero de 2012

Atunetan (a por bonitos)



A decir verdad, no sé por qué me he acordado hoy de esta historia. Aunque sea una historia que nunca he olvidado, y que espero no olvidar nunca... y que no estará mal escribirla, por si mi memoria va a menos...

No tiene que ver con la vela, ni con los Somo, pero sí tiene que ver con la mar y me sirvió para aprender muchas cosas que me han acompañado en la vida náutica... Espero que disfrutes leyéndola...

Nota: Como se verá, esto ocurrió hace muchos años. Tengo en mi cabeza recuerdos muy vívidos de lo que pasó, otros son más difusos... Pero recuerdo bastante bien casi todo lo destacable que ocurrió ese día. No me puedo acordar, lógicamente de los diálogos que mantuvimos, tal cual, por lo que el relato lo he "novelado" un poquitín, en cuanto a los diálogos que se exponen, pero responden fielmente a lo que ocurrió en su esencia.

Bermeo. Año 1978?

Yo tendría 17 años.
Paseábamos por el pueblo de Bermeo, villa en realidad, donde mi familia había alquilado un piso para veranear. Hoy en día se definiría como piso patera, porque allí estábamos una pila de gente... Mi difunto cuñado se encontró con una prima de... familia al fin y al cabo. "¡Hola Vitori! ¡Cuánto tiempo...!".

Vitori estaba vendiendo bonito (el bonito del norte o albacora, en euskera, vascuence, "oficial" se dice «hegaluze», pero allí y en otros varios puertos vizcaínos se llaman «atunak» en euskera, de ahí el título). Creo recordar que lo que vendían eran ijadas empanadas y fritas en la misma calle en unas enormes cacerolas, muy típicas en Bermeo, por lo menos en aquel entonces,  que se vendían al estilo de como se  vendían los "fish & chips" en Londres, puestos en la calle para comer seguido o casi...

Resumiendo, Vitori estaba casada con un arrantzale (pescador) bermeano, Sotero.

La conversación derivó en que a mí me encantaba pescar... y el mar... (yo no había embarcado en mi vida, como mucho en los botes que pasaban la ría de Bilbao de una orilla a otra)...  y me dijo Vitori: "¿Y te gustaría ir con él?"

¡¡¡Dónde hay que firmar!!! ¿Y gratis? ¡¡Estoy dispuesto a hacer lo que sea!! Por fin iba a ver los rompeolas desde el otro lado. Siempre pescando desde tierra con mi caña y viendo con envidia los barcos y barquitos que se hacían a la mar...

Al de dos días, me fui a su casa a pasar la noche, con un buen jersey, unos pantalones de repuesto, unas playeras de cuero y un impermeable engomado que usaba para la pesca de truchas en río.

Vitori y Sotero tenían una hija, más o menos de mi edad, y lo siento pero no puedo acordarme ahora de su nombre. Una chavala digna hija de la villa de Bermeo, maja y de carácter tenaz, aunque un poco tímidos fuimos los dos entonces, cosas de la edad... Supe muchos años más tarde que había sido la primera o la segunda que se había apuntado en la Escuela Náutica de Portugalete (de la Universidad del País Vasco) para estudiar capitana y con excelentes notas, además. Espero que la vida la haya tratado y la siga tratando muy bien.

Sotero para mi era un hombre muy mayor. Quizás no tendría los 50, no lo sé. Tenía la piel gruesa y curtida, de quien se ha pasado la vida en la mar. No muy alto, pero fuerte. Hablaba despacio, como pensando todo lo que iba a decir.

Creo que le caí bien a Sotero. Hablamos mucho. Aunque a veces era un poco difícil. Su español era limitado, y mi euskera también (mucho más limitado aún), así que había cosas que intentaba explicarme en un español con un fuerte acento vasco, y cuando no le salía me lo decía en vascuence, y yo trataba de traducir su euskara vizcaíno "local" a mi escaso euskara "académico" batua, a ver si conseguía entenderlo. Pero nos arreglábamos bien. Ese hombre me dejó fuerte huella y muchos recuerdos.

El plan era cenar pronto (por lo menos yo), dormir (¡si podía!) y levantarse a las 3:30 para salir a por atunes. Nos levantamos (yo ya estaba despierto, sin despertador, como me pasaba cuando iba a pescar al río), desayunamos, nos despedimos, cogí mi petate, un par de bocadillos de jamón y queso (muy importantes) y nos fuimos al rompeolas. Allí, un grupo de patrones, supongo, examinaban el mar y debatían en euskera. Supuse que discutían a ver si se salía o no. Desde hacía un par de días, la mar se había levantado, en un pequeño maretón de esos que se levantan en verano en el Cantábrico, cuando entra el NW y levanta la mar y llega la mar de fondo. De repente, se disolvió la asamblea.Yo no entendía apenas lo que decían. Sólo veía caras de preocupación y concentración. Sotero me dijo "Vamos a la mar". ¡¡¡Bieen!!! se me escapó. Él sonrió. "Ya tienes ganas, o ¿qué?" Ni te imaginas...

Por supuesto, por si alguien moderno está leyendo ésto, aclarar que entonces no había Windgurú, ni Windfinder, ni Euskalmet, ni bueno, previsión de la Meteo española sí habría, pero no salía en la tele y no había internet... Así que se hacía lo que los "viejos" decidían, según vieran la mar.

Sotero era dueño y patrón de una merlucera de 9 metros, más o menos. En su tiempo, había tenido hasta tres marineros, pero la cosa iba a menos, sobre todo la costera de merluza y besugo, y en ese momento sólo le acompañaba uno. Nos encontramos con él y fuimos a la embarcación. Era de noche cerrada. Encendió el motor diesel y salimos. La merlucera tenía una cabina mini, que en realidad estaba más destinada a resguardar el motor y unos pocos mandos que las personas. Tenía un francobordo seguro, y una proa muy lanzada y alta, para pasar la ola. Casi todo era cubierta, descubierta, valga la paradoja. En la parte anterior tenía un camarote-bodega al que se accedía desde proa por un tambucho. Detrás del motor tenía una bodega con hielo para la pesca. La embarcación se dirigía desde la popa, con una potente caña. Casco de desplazamiento, redondo y pesado. De madera. La típica embarcación cantábrica. Lenta, pero dura y segura.

Por supuesto, no llevaba ni VHF (yo no la ví, al menos, y seguro que no se encendió), ni radiobalizas, ni GPS, ni corredera, ni había móviles, ni... Sólo arte y saber marinero, muchas capas de salitre y una relación de amor-odio con el mar, seguramente.

Salimos del amarre. En popa íbamos Sotero y yo. El me iba explicando cosas de la mar, de las estrellas, Goizeko Izarra (la "estrella de la mañana", el lucero del alba, creo, el planeta Venus) y más que no me acuerdo. Cuando salimos de la protección del rompeolas y empezamos a atravesar las olas que venían del Nw, empecé a sentir algo dentro de mí, como si una nueva vida hubiera surgido en mi estómago, como si una extraña marea se elevara en mi interior... Sotero me sugirió que me fuera al camarote de proa a dormir un rato, a ver si me sentía mejor.

Abrí el tambucho, cerré y bajé las escaleras. Era un espacio pequeño pero muy bien aprovechado, con 4 o 5 literas que más parecían nichos para difuntos que otra cosa. Y un fuerte olor a gasóleo. Alguna fuga del depósito que seguramente estaba en algún pañol en proa... o mal aislado el compartimento motor. Recuerdo que me llegué a tumbar en el camastro, más cómodo de lo que parecía desde fuera, pero lo que me quedé sin saber es si era cómodo estar allí más de 2 minutos. Con la marea estomacal, se había levantado una potente mar de fondo en mi estómago. Subí a toda leche, tiempo justo para llegar hasta la borda más cercana.

Por el rabillo del ojo vi la cara de disgusto del marinero. No me había dirigido la palabra. A Sotero apenas dos o tres. Cuando acabó su faena en el desatraque, se colocó en una bancada en la amura de Br y no se movió ni volvió a decir nada. Sotero me dijo: "Si quieres, volvemos, estamos «serca»". Me lo dijo en voz baja, con un gesto de contrariedad a duras penas disimulado, de quien sabe que eso es una faena mayor de lo que quiere dejar ver. Vi que el marinero avinagraba su cara. Seguramente me consideraba un "niño mono" que iba a pasarlo chupi. En cambio para él, esa salida era su jornal y la de su familia, si la tenía. Lo entendía, y para intuir lo que había detrás de aquellas palabras y aquella situación, no me hacía falta ver sus caras y además no estaba dispuesto a perderme eso ni aunque me muriera. Le dije que no, pero que no me volviera a pedir que bajara al camarote, prefería morirme al aire libre.

Sotero me dijo entonces que sacara el bocadillo de jamón York y queso. Le dije que lo último que me apetecía era comer algo. Y él me dijo "si no comes algo, no te pasará mareo". "Tienes que comer, aunque eches, no importa, ¡tú come!". Sabias palabras. Una hora, creo, más tarde y un bocata y medio más tarde, mi cuerpo empezaba a estar a son de mar.

Cuando me vio mejor me dijo "Coge la «lema» (el timón)". Otra vez vi al marinero con cara de querer asesinarme. Decididamente, yo era el niño mimado del patrón. "¿Y qué hago?" "Tú lleva así, todo derecho". Le seguí con la mirada medio perdida, todavía un poquito mareado, hasta que le vi que se iba a la parte media , junto a la minicabina, se desabrochaba los pantalones impermeables, y otros dos pantalones que llevaba por debajo, y asomaba su trasero por encima del carel. No, tampoco había WC, ni marino ni químico, ni tanque de KKs ni cosas de esas. Cada vez que leo cosas de esas, los vertidos y todo eso, me acuerdo de Sotero sentado encima del carel, agarrado a la minicabina del barco. Retiré la vista rápidamente, por pudor ajeno sobre todo, y me concentré en la caña y llevarlo más o menos derecho. No sé si lo haría bien, pero Sotero me dijo que sí. De todas formas, la ola había bajado mucho al entrar mar adentro.

El sol estaba más o menos alto y el mar tranquilo. No sabría decir cuánto tiempo había pasado desde la salida. No recuerdo haber llevado reloj. Tampoco no haberlo llevado. Sí recuerdo que en ningún momento miré ni pregunté la hora. Vivía el momento, y ese momento a veces era muy corto... La costa se adivinaba más que veía. Le pregunté a Sotero dónde estábamos. "¿Ves eso?". Le dije que sí, aunque no estaba seguro de lo que tenía que mirar. "Cabo Peñas. Un poco más para allá y rumbo Norte media hora o así y luego al Oeste a pescar". Supongo que eso era navegación de estima...

Aquella salida para mí fue la leche. Impresionaba la sensación de una inmensidad azul oscura y de soledad que te rodea. Vimos algún que otro atunero, pero muy pocos barcos y muy lejos. Lo primero que aprendí es que un barco en puerto es grande. Pero allí adentro, todos somos pequeños frente a la mar...

No se veía vida en superficie. No vimos cetáceos de ningún tipo. Pero debajo sí había vida. Vi lo que creí que eran mantas, peces enormes, aplanados y de una silueta más o menos romboidal, más anchos que la manga de la embarcación, de claros colores. Era impresionante como contra su cuerpo más o menos claro el azul oscuro hasta entonces del mar explotaba en una enormidad de matices azulados brillantes.. Más tarde, oí un estruendo en popa "¿Qué ha sido eso?" "Un «pes» espada grande. A «veses» saltan". Vi una mancha rojiza: "Son chicharros. Antes sí había. Pasabas horas igual atravesando chicharros. Hoy pocos hay".

Pero los aparejos (4 aparejos de mano, armados con "malutas", colgando de unos grandes carretes de mano) no se movían. Los dos pescadores estaban preocupados. Yo iba de fantástica excursión, pero ellos estaban tristes. Estaban allí para ganar el jornal, y si no pescaban nada, además de no ganar, Sotero perdería dinero.

Al de un rato uno de los sedales cobró vida "Ssshhhh". "Tú «lema» (timón) y quieto ahí, ya te digo yo". El marinero empezó a recoger los sedales que no habían tocado, mientras que Sotero se puso a toda velocidad una especie de dedil hecho con un trozo de una cubierta de bicicleta y echó mano al aparejo que se iba. Unos cuantos minutos, muchos, pasaron hasta que se empezó a ver el pez. "Es un «simarrón», pero es pequeño". Era un atún rojo (al atún rojo en euskera en Bizkaia se le llama así, «zimarroia», cimarrón; en euskara, su nombre "oficial" es «hegalaburra»). Saqué un par de fotos sin molestar (no, no había ni móviles ni cámaras digitales, así que no se sabía cómo saldrían) y al final lo ganchearon y adentro. No, no era grande. Era un joven, con sus marcas transversales rojizas, y pesaría unos 6-8 kilos. Algunos minutos más tarde, cayó otro similar y se volvió a repetir la historia.

Creo que serían sobre las 11 o 12 de la mañana. La verdad es que no tenía un percepción muy cierta del sitio ni de la hora en que vivía. Y no me acordaba, hacía horas, de mi estómago.

Pasó un gran rato. "Ya tenían que estar picando", me decía Sotero con cara preocupada. Dos atunes rojos pequeños no era mucho para un día de pesca. Y además, en aquellos años no había japoneses recorriendo el planeta en avión comprando atunes y así como el bonito era apreciado y fácil de vender en conserveras o al público, el atún rojo no se apreciaba mucho. Mejor que nada, pero...

"Vamos a comer". Yo comí lo que me quedaba de bocata de jamón y queso. Sotero me ofreció parte de su comida, pero no tenía hambre. Flotaba en un estado mezcla de excitación, calma, estar pasándolo da buten, inexplicable. Me ofreció la bota de vino. Le dije que no, muchas gracias. Algo dentro de mí me decía que mejor aguantar sin beber nada...

De repente, el vientó arrancó y arreció. NW. Toda la mañana había estado muy calmado. El mar empezaba a ondularse. Las primeras ondulaciones dieron paso a olas cada vez mayores, muy redondas y tendidas, pero cada vez más grandes. Sotero escudriñó hacia el Oeste y murmuró que para lo que se había hecho, mejor ir a casa, y puso proa al ESE.

Al de un rato, las olas eran bastante grandes. Por lo que recuerdo podían ser de 2 metros ¿o algo más?, no rompientes pero ya no eran tan largas. El marinero parecía un poco preocupado y malhumorado, pero seguía sin decir nada desde que habíamos salido de Bermeo. Sospechaba que no había salida de buena gana, y yo seguía sin gustarle...

Sotero me dijo "Toma la «lema» (timón), vas a aprender hoy". Vi que el marinero se volvía de repente y le miraba con furia y estuvo a punto de decir algo. Las olas entraban de popa, y nos levantaban como si fuera un pequeño "balansé". La primera no recuerdo cómo la tomé, pero hasta yo tuve la sensación de que metí la pata. El me dijo que tranquilo, que todo hay que aprender y me explicó un poco como tomarlas y allí empezamos a subir las olas (más bien nos subían ellas) y a surfearlas pendiente abajo. La embarcación aguantaba y dominaba la situación y no transmitía ninguna sensación de peligro, aunque el mar no estaba fácil. Aún parecía más pequeña que a la mañana... No lo haría muy mal, porque el marinero se relajó y volvió a poner la mirada en proa y se olvidó de mi. Yo me lo pasaba chupi. De vez en cuando, le preguntaba a ver qué tal y Sotero me decía que "«ederto» (muy bien)".

Tuvimos ese mar unas horas, supongo, no sé cuánto. Pero estaba disfrutando. El me dijo que si quería dejar la caña. Yo le pregunté a ver si lo estaba haciendo mal y él me dijo que no, pero por si me cansaba o aburría... ¿¿Aburrirme?? Me lo estaba pasando como un enano. La única pena que tenía era que sabía que esa pesca, justo valdría para pagar el gasoil...

A la altura de Matxitxako, creo recordar, cogió Sotero la caña. Entramos a puerto ligeramente pasadas las 17:30 (por el reloj que no recuerdo si estaba en la iglesia o en el antiguo casino, pero sí recuerdo haber visto la hora). Todos aliviados, sobre todo el marinero. Muy cansados. La vuelta había sido una buena tunda. Pero yo muy contento. Feliz. Enormemente feliz. Aunque se mezclaba con esa sensación triste de la poca pesca, no por mí, sino por ellos. Pero también aprendí que el mar es duro, y todos los días, sí o sí, tener que salir, es duro. Tiene mucho mérito lo que hacen nuestros «arrantzales» y gente de mar...

En el puerto estaban mis padres. Mi madre con cara de preocupación (conociéndola tuvo que pasarlo muy mal, el mar la aterraba). Sotero les dijo algo de "muy bien, es un hombre", o algo así, pero no recuerdo mucho. Sólo recuerdo que flotaba sobre el muelle... Durante mucho rato...

lunes, 9 de enero de 2012

Necesito mi sangre, otros también


Esta entrada no es de tipo náutico, o sí, que nunca se sabe...

Esta mañana se ha acercado una unidad volante de donación de sangre, un autobús de OSAKIDETZA - Servicio Vasco de Salud, a mi centro de trabajo.

Entre empresas privadas y centros administrativos, es fácil que por allí trabajen al menos 2.000 personas.

He estado a las 12:30 y he estado solo, con las personas que atienden. No ha pasado casi nadie.

De acuerdo que el día era un tanto asqueroso (viento y lluvia) y que no apetecía mucho. Y de acuerdo que nos da mucho yuyu la cosa de que atraviesen nuestra integridad personal, para extraer algo nuestro...

PERO HAY QUE ECHAR UNA MANO.

Por eso os ruego: HACEOS DONANTES DE SANGRE Y TODO LO QUE PODÁIS.
Donad todo lo que podáis, menos el barco :-), que al otro barrio no os vais a llevar nada.

A mí también me daba mucho yuyu el tema de las agujas. No os podéis imaginar. Pero es un momento, si no miras ni te enteras (cuidado con la ventanilla que refleja :-)) y encima te invitan a comer y beber (sin alcohol) cuanto quieras...

Y con ello hacemos mucho bien a los demás. Y quién sabe si a nosotros mismos un día...

 Gotita de sangre

Asociación de donantes de sangre de Euskadi
Donantes de la Cruz Roja
Donantes de sangre en San Google (busca tu centro más cercano)

(La escribí un día lluvioso de diciembre, pero sigue siendo actualidad. Entonces, ahora y siempre)